Alice Y el Túnel de Piedra-Negra

Después de varios días intentando encontrar el sendero marcado, Alice por fin llegó al túnel de Piedra-Negra. Miró de nuevo el mapa para asegurarse, si, era el lugar correcto. Jamàs había visto nada parecido, un saliente de roca perfectamente tallada que asomaba al pie de la montaña. La nieve lo cubría todo a su alrededor, cada piedra, cada árbol y los vestigios de las extrañas construcciones de los primeros hombres, estaban enterrados bajo un interminable desierto blanco, un manto de hielo inerte y hostil que la acompañó durante su largo viaje en busca del refugio 16. casi había llegado, el frío al atardecer se intensificó, tenía que cruzar lo antes posible.

Se apresuró a adentrarse en el túnel por un estrecho hueco que la nieve aún no había taponado. Se asomó con cautela, y se deslizó hasta llegar al interior. Aquella sensación era placentera, según decían, era un camino de roca lisa por donde unas máquinas sofisticadas corrían a velocidades inimaginables, tenía lineas pintadas y su tacto era extraño. Avanzó un poco más, y antes de que se perdiera la luz vio un palo de metal inclinado sobre el suelo y con un símbolo de colores en el extremo, ¿sería algún tipo de advertencia?, no reconocía aquellos símbolos, aquella invención antigua. Fue en ese momento cuando se cercioró de que no podía continuar, no podía ver mas allá de sus pies, frente a ella, un destino mas oscuro que la noche en la alta montaña.

Miraba hacia el fondo del abismo cuando un rugido atroz rompió todo el silencio, el suelo tembló como si aquel espantoso ruido surgiera de las entrañas de la tierra. Alice no esperaba encontrar un Yantur de las nieves, una criatura espantosa que cayo en mito y que de el, solo se escuchaban historias para atemorizar a los niños. «sus rugidos eran capaces de hacer temblar el suelo, de consumir el aire, de romper el cielo». Salió a correr hacia la apertura por donde poco antes entró, el temblor hizo que la nieve comenzara a caer sobre el haciendo el hueco mas pequeño, subió torpemente, resbalaba y se volvía a incorporar, tuvo que descubrir su cara para poder respirar, estaba a punto de llegar cuando una enorme roca calló justo sobre la apertura y la bloqueó. Todo se quedó a oscuras.

Alice se agazapó entre sus rodillas y se apoyo contra la roca que la dejó atrapada.
«Hija mía, no cometas el mismo error que tu padre, aquello solo era una ilusión, unas lineas trazadas en un mapa que no llevan a ninguna parte, no vallas». El aire se hacía pesado en sus pulmones, no había nada que pudiera ver. Fue la primera vez que sintió miedo, miedo a que todo acabara, a que esa ilusión solo fuera… una ilusión. la fría nieve que se adentraba unos metros por la boca del túnel era su refugio, deseaba volver a correr por ella, escapar de allí y sentirse segura en el basto paisaje blanco.

Alejarse de la entrada y aventurarse recorrer a ciegas el túnel le parecía una locura. no podía mover la roca, no tenía nada con lo que excavar una salida. Estaba atrapada en las consecuencias de su decisión. Maldita sea, ojalá nunca hubiera encontrado ese mapa.
Sí, como no podía haber caído antes, el mapa estaba dibujado sobre una rígida tela, lo sacó de su mochila, lo enrolló y lo empapó en grasa de animal, la misma con la que se protegía la piel en las ventiscas, lo ató con el cordón de su bota al cuchillo de caza, y después, con las piedras de pirita de hierro que su hermano le regaló para el viaje, prendió la tela, la luz vaga y amarillenta, le dio un ápice de esperanza.

«La luz siempre aparece para aquellos que albergan coraje en su corazón, tu destino no es el de vagar por esta tierra muerta, si no el de explorar aquello que no alcanzas comprender, a descubrir un nuevo amanecer, guarda esto y recuerdalo siempre hija mía». Padre, te encontraré.

Alice se incorporó y se dispuso a cruzar el túnel con avidez, la antorcha improvisada no duraría demasiado.

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